jueves, 28 de enero de 2010

San Andrés de la Barca, a 22 de febrero de 1957



Queridos padres y hermanos: deseamos que al recibir esta carta se encuentren bien de salud. Nosotros bien por la presente
             ADG
Queridos padres: después de saludarles con todo el cariño que ustedes se merecen, paso a decirles que hemos dado el viaje muy bien. Un poco largo, pero bien. Yo pensaba que los trenes corrían más, pues hemos gastado dos días de Lorca a Barcelona.
Madre, nos hemos instalado en una pensión con derecho a cocina y a comedor. Tenemos un fogón de carbón igual que el que teníamos en casa en los veranos y una habitación para dormir.
Nosotros, de momento, tenemos bastante. Después ya nos buscaremos otra cosa mejor. Nosotros estamos muy contentos. Yo pienso que ustedes se quedaron muy tristes, pues queremos que estén alegres porque nosotros somos muy felices. Durante toda la semana trabajamos, los domingos vamos al cine o a la capital, que hay muchas maravillosas cosas para ver.
Madre, cuando nos escriban nos cuentan muchas cosas de toda la familia, si se ha ido Tomas a la mili, también como les va a ustedes con el campo y si está el padre un poco más tranquilo. Yo padezco porque se quedó muy triste cuando nos vinimos. No quiero que padezcan por nosotros, que nosotros somos muy felices.
Sin nada más que decirles, muchos recuerdos para todos los vecinos y mucho besos para nuestros hermanos y sobrinos, para ustedes nuestros queridos padres que se lo merecen más que nadie en el mundo.
De sus hijos, Ofelia y José Antonio.

 Ofelia Picón

lunes, 25 de enero de 2010

OTOÑO



Tardes inquietas de otoño.
Las hojas bailan a merced del viento

presintiendo su caída, al final del frenético remolino.
Ternura y belleza, obsequio del viento.

Tardes de silencio
arropada, esperando, mirando
ese suave viento, que envuelve los cálidos atardeceres 
que transporta en el aire mi inspiración, versos soñados.

Flotando entre nubes, sentimientos de dulces vivencias  

se inquietan, buscando en los brazos imaginados
llenos de secretos, ocultos, divinos,  

hasta sentir el roce prohibido.

La brisa del otoño acaricia mi rostro, renovando el aire
de hojas, que invitan con alegría e ímpetu.
Renovar el tiempo pasado, de hojas marchitas.
Espero, suavemente cierro
la ventana, espero.


NURIA MAS, 30/11/2009

viernes, 22 de enero de 2010

LAS SEQUÍAS


En mi pueblo, cuando no llovía se hacían rogativas en la Parroquia de la Asunción para que fuera todo el pueblo. La Virgen estaba en la ermita de la sierra, a dos leguas del pueblo.
Yo fui a la rogativa. Ese año yo estaba embarazada de mi hijo el mayor que nació en Lora del Rió. Fue en marzo del 1958.
En la rogativa se acordó que los Loreños se dirigieran a la sierra para que llevaran a la patrona al pueblo para que lloviera, no solo en Lora sino en todo el valle andaluz.
Ese mismo día por la noche, tocaron las campanas de Santa Ana. Enseguida, todo el pueblo acudió para escuchar lo que decía el hermano mayor de la Virgen. Dijo, “Hay que pedir que venga la Virgen”. “Sí, que  venga la Virgen”, decían, “La  única que nos puede remediar estos males y con fe de que nuestra Virgencita salvará a su pueblo”.
Se buscó al anciano mas viejo de la Roda de Arriba que es una calle muy larga. Está la Roda del Medio y la Roda de Abajo. Entronaron al pobre anciano en un sillón de anea muy alto. Al viejo lo llevaban como si fuera el Papa. Cuando alzaban al viejo del sillón, daba un grito, “¡Viva nuestra Madre de Setefilla!” Y el pueblo contestaba, “¡Viva el orgullo de Lora”, entre vítores y lágrimas.
Una hora más tarde, sobre las nueve más o menos de la noche, todo el pueblo iba por las calles pidiendo a su Madre Amorosa que rogara por todos los feligreses. Yo sé que ese día fue el Rosario de los hombres, porque había costumbre que cuando estaba la patrona en la ermita de la sierra se hacía una romería que solo iban mujeres u hombres. Ese día fue mi marido con mi cuñado Salvador. Cuando volvieron fue cuando sacaron al viejo para pedir que lloviera, porque los campos estaban sequitos.
Yo estaba cumplida del embarazo y lo más emocionante que me ha pasado en mi vida fue cuando íbamos por las calles vitoreando a la Virgen con mi Isabel, su marido y el mío. Aquello fue espectacular, empezó a chispear. Las gentes lloraban de emoción diciendo, “¡Viva la Virgen!”, una vez y otra. A los que llevaban paraguas se lo quitaban. Yo me puse toda mojada, sobre todo la panza que la tenía bien gordita.
Esto fue el 23 y el 24 nació mi primer hijo, un día inolvidable para mí.
En fin, sea verdad o casualidad yo lo he vivido y tengo mucha fe en estas creencias. Al final llovió suficiente para los campos.
Me despido con un “¡Viva a la patrona de Lora del Río!” que es mi pueblo.
Como he dicho, sea un milagro o casualidad que lloviera, para mí fue una experiencia inolvidable en mi vida.
El año pasado fui a la ermita el ocho de septiembre. Estuve delante de ella, ya vieja y cansada, pero orgullosa de verla.                      

EULALIA MILLA 10-1-2010.

miércoles, 20 de enero de 2010

La palabra



No podría escribirse nunca
en los cuadros de esta humilde libreta
la inmensidad de la palabra.

La palabra escrita, la robada, la palabra soñada.
Toda ella, única, hermosa,
toda ella, música que viaja
y cuando nos llega al corazón
todo brota sutil, diáfano
y las almas se agitan
y las gotas de agua corren calle abajo
para explicar la lluvia serena
de un ser en calma.

Pero tú, que también provocas, exaltas y liberas
instintos, no siempre llegas
y amb aquesta mancança de tus
árboles vacíos y de las bocas que no alimentas
¿quieres ya de una vez ayudarnos con la esperanza?

No quiero hacerte un vestido feo
para una fiesta a la que al final no serás invitada,
pero dime: ¿Qué hay aquí, dentro del corazón de todos los humanos,
que contra más penas late, menos puede expresarse?

La palabra callada.

Cierro los ojos y te busco.
porque eres sueño y a veces, alegría.
Te busco, amiga, para reconciliarnos algún día.
 
Teresa Riera

jueves, 14 de enero de 2010

LA ABUELA DEL BOSQUE




El pueblo se veía solitario. Eran las tres de la tarde de un sábado de agosto. Hacía un sol de justicia que se desplomaba con sus rayos incandescentes. Derretía todo lo que encontraba a su alcance. Las puertas de las casas se encontraban, como cada día por esta época, entornadas. Los vecinos dormitaban con un sueño relajante. La calzada desprendía una ligera neblina, confundiéndose con los rayos del sol. El calor sofocante se había adueñado de todos los hogares. En la calle no se veía un alma. Un perro aprovechaba la sombra de un árbol centenario que había en la plaza mayor para echar una cabezada. De vez en cuando, abría los ojos, dando una fuerte sacudida de cabeza para espantarse alguna mosca molesta que  importunaba su sueño. Cambiaba de postura desperezándose y volvía a abandonarse en medio de aquel calor sofocante que amenazaba con no dejar descansar a los vecinos de aquel lugar. 
De pronto, aparecieron un grupo de niños. Iban calle arriba, haciendo mil y una travesuras, riendo, alborotándolo todo con sus juegos y correrías. Aquel animal los conocía bien. Incorporándose de un salto, salió corriendo como alma que lleva el diablo. Sabía lo que suponía que lograran darle alcance. Sería un ensañamiento sin piedad, lanzándole piedras y todos los objetos que encontrasen a su alcance. Cada día que se juntaban los cuatro se repetía la historia. Juan, el cabecilla del grupo, era el más alborotador. Lo que Juan decía o hacía los demás lo secundaban. No osaban contrariarlo si no querían aguantar sus iras y amenazas. Si lograban alcanzarlo, iría a parar con sus huesos a la pila de agua que se utilizaba para dar de beber a los animales, principalmente caballos y mulas que venían del campo sedientos después de una larga jornada de trabajo, con sus dueños, cansados y exhaustos todos los atardeceres, cuando solían acabar las faenas diarias de aquellas tierras abruptas y desagradecidas, no rindiendo lo que aquellas gentes humildes pero trabajadoras se merecían. Así iban pasando el verano.        
Un día, a principios de otoño, apareció por el pueblo una señora. Se veía mayor. Iba sucia y harapienta, andrajosa, descuidada. A la buena anciana se la veía rebuscar repetidamente por los contenedores de basura algo que llevarse a la boca para comer. He aquí que los de la pandilla de Juan encontraron una nueva forma de divertirse a costa de la pobre señora. Cuando los veía aproximarse ya temblaba, no podía correr como ellos y siempre acababan dándole alcance. Se mofaban de ella, la llamaban mendiga, le tiraban de las ropas y le escondían las zapatillas para que no pudiera escaparse.
Así iba pasando el tiempo, sin que nadie de aquel pueblo hiciera nada para subsanar las  tropelías que los niños cometían con aquella pobre anciana sola y desvalida.


Un buen día, por el mes de noviembre, al salir de clase, los niños fueron a jugar al campo. Solían hacerlo. Íban a un bosque que se encontraba a un kilómetro del pueblo. Estaban subiéndose a los árboles y haciendo todo tipo de diabluras, cuando, de pronto, el cielo empezó a oscurecerse. En cuestión de minutos  todo quedó en tinieblas. Los niños no se veían los unos a los otros. La densa oscuridad reinante en aquel lugar dio paso al primer trueno. Sonó como un trallazo, rasgando el silencio de la tarde con un ruido ensordecedor. Instantes después, como si todos los demonios del infierno se hubiesen puesto de acuerdo, empezó a caer agua a raudales. Los relámpagos alumbraban el bosque dándole una imagen tenebrosa. Aquello parecía el fin del mundo. Los niños, completamente asustado, cohibidos, salieron corriendo. No pensando en el más pequeño que estaba subido a un árbol, muerto de espanto. Llamaba a sus amigos con todas las fuerzas que era capaz, pero ellos, obsesionados por escaparse de aquel infierno, no se percataron de la difícil situación que sufría el más pequeño del grupo. Solo pensaban en salir de allí cuanto antes, sin importarles la suerte que podía correr su amigo que, asustado, intentaba bajarse del árbol. Pero era tal el pánico que sentía que no conseguía moverse. Por fin, al cabo de un rato, la tormenta se fue disipando y desapareciendo por detrás de  las montañas que había a la derecha del bosque. El niño decidió bajar. Cuando había conseguido deslizarse dos metros, de pronto, resbaló y cayó del árbol. Quedó en el suelo maltrecho y gimiendo. No se podía mover. Como pudo, se arrastró y apoyó su dolorida espalda contra el árbol que tan mala pasada le había jugado. Así, sin poderse moverse, estuvo un largo tiempo tendido en el suelo.
Sus amigos, asustados, llegaron al pueblo, viendo que faltaba el más pequeño, pero era tanto el pánico que les invadía que optaron por no decir nada de lo sucedido en casa. Entretanto, los padres de Pablito estaban muy preocupados. El niño alguna vez había llegado tarde, pero dadas las condiciones atmosféricas que habían padecido aquella tarde por la inesperada tormenta, les asusto la idea que le hubiera ocurrido algo malo. Decidieron ir a casa de los amigos habituales del niño.
Entre tanto Pablito había quedado al pie del árbol extenuado, dolorido y contusionado. La lluvia, que le había empapado hasta los huesos hacía rato había cesado, pero él no paraba de gemir. De pronto, vio que alguien se acercaba. ¡Cuál sería su sorpresa al comprobar quién se acercaba¡ No daba crédito a sus ojos. “¿Estaré viendo visiones”?, se preguntaba al comprobar que  la mendiga que tantas veces habían torturado con sus juegos y diabluras se acercaba a él. Estaba asustado, pensaba, “¿Qué me hará? Me meterá en un pozo y me dejará morir por todo lo que le hemos hecho. Pagaré por todos”.
La señora se le acercó y le dijo, “No temas, vengo a ayudarte. Te sacaré de aquí. Ten confianza en mí, no te haré ningún daño”. El niño, un poco más tranquilo, permitió que lo cogiera en brazos. La señora, no sin dificultades, consiguió sacarlo. Como buenamente pudo, lo llevó a su choza, que no estaba lejos. Le miró la pierna que tenia rota, maltrecha. Puso un ungüento de hierbas que ella conocía y una madera a lo largo de la pierna. Se la  lio con un trapo y una cuerda para inmovilizársela.
Entre tanto, los amígos contaron a sus padres lo que había sucedido. La noche ya estaba desapareciendo, dando paso a una semiclaridad que pronto seguiría aumentando. Formaron un grupo de vecinos acompañados de los niños. Fueron al bosque donde habían estado jugando la tarde anterior. Todos iban gritando ¡Pablo¡ ¡Pablito! El bosque había quedado mal parado. Árboles caídos por doquier. La expedición iba exhausta. Se fueron acercando a la cabaña de la anciana que al sentir voces salió de su choza y les dijo, “Venid, acercaos, no sufráis  por el niño que está bien”. Los vecinos le preguntan con tono despectivo,
- ¿Tú cómo lo sabes abuela?
- Lo rescaté del bosque, pero no temáis por él. Con un tiempo de reposo quedará bien y la pierna sanará.
Todos entraron en tromba en la choza. Se lo encontraron tumbado en una cama vieja y destartalada  que la anciana le había preparado a costa de dormir ella en el suelo.

Cogieron al niño y a la anciana. Se los llevaron al pueblo. El niño en poco tiempo sanó. La anciana, entre todo el pueblo, le habilitaron una casa vieja que había abandonada. Todos  se volcaron con ella. Los niños nunca más se mofaron. Llegó a ser muy querida en aquel pueblo donde tan desgraciada se había sentido. Nunca más pasó necesidades. Vivió feliz entre aquellas personas por el resto de sus días.
Aquellos niños aprendieron la lección, y aunque se hicieron adultos, cuando tenían ocasión, visitaban a la abuela que aquel día demostró estar llena de bondad y tener un gran corazón.

AGUSTÍN RUEDA MOLINERO, 25/4/2009

lunes, 11 de enero de 2010

Mi alma herida



Mi alma herida vibra melodías de nostalgia.
Parpadean las velillas, ícono conmemorativo,
ondulante y tenue luz de las llamas pajizas.
Pergamino escrito con lágrimas de ayer,
preguntas y respuestas sin contestación.
Viento arrebolador que empequeñece la respiración,
aire cortante que cortas los latidos del corazón.
Miro al cielo, se aproxima la tormenta.
La tarde está gris, el horizonte revuelto.
Palpitos de adrenalina en la garganta.
¡La tormenta me atrae de manera insidiosa!
¿Qué espero entre rayos y truenos? ¡Te espero a ti!
Salgo bajo la lluvia copiosa, busco tu presencia.
Las gotas de agua empapan el pergamino,
y las lágrimas confusas se han desvanecido.
El eco de los truenos se aleja; sigo bajo la lluvia.
Un débil arco iris quiere asomarse tras la montaña.,
Tenues nubes como racimos de algodón se alejan,
claros pillados infragantes se abren en el silencio.
Se vislumbra un cielo azul, empieza la calma.
La soledad y la nostalgia han sobrevivido
y siguen las preguntas vacías de respuestas.
 

Lara Pi, octubre 2009

viernes, 8 de enero de 2010

Els Reis Mags



- Pare?
- Sí, fill meu, digue’m.
- Escolta, vull que em diguis la veritat!
- És clar, fill meu, sempre te la dic.
- És que...
  Va dubtar una mica, en Marc.
- Digue’m, fill meu, digue’m.
- Pare, existeixen els Reis Mags?  
  El  pare es va quedar un xic sobtat i va mirar la seva dona.
- És que els nens diuen que sou els pares. És veritat?
- I tu, què en penses, fill meu?
- D’una banda no m’ho crec, perquè vosaltres no m’enganyeu mai! Però com que els nens diuen això...
 El pare i la mare es van mirar un instant i, sense pensar-ho dues vegades li van contestar:  
- Mira, fill, efectivament són els pares que posen els regals, però...  
- Llavors és veritat?
  Va contestar el nen amb ulls plorosos.
- M’heu enganyat!
- No, mira, mai t’hem enganyat, perquè els Reis Mags sí que existiren.
- Doncs, no ho entenc!
- Asseu-te un moment i t’explicarem una breu història, que com que t’has fet una mica més gran ja l’entendràs.  
- Quan el Nen Jesús va néixer, tres Reis que venien d’Orient guiats per una estrella es van apropar al Portal per adorar-lo. Li van dur regals en prova d’amor. El Nen va somriure, semblava feliç. Els tres Reis van acordar que durien regals a tots els nens del món per, així, omplir-los de felicitat. Els pares, per celebrar aquest dia i per continuar la tradició, porten regals als seus fills i filles. I com que als nens petits els encanta la màgia, preparen la festa de Reis amb patges que de nit, amb un gran misteri, porten els paquets.
En Marc es va quedar un xic consirós.
 Els pares li van fer una proposta:
- Marc, tu tens la Regina, la teva germaneta petita. Si et sembla, l’any que ve podràs ajudar-nos a preparar la nit màgica de Reis i embolicaràs amb nosaltres tots els regals, menys els teus, per descomptat!
- Ja hi podeu comptar!
Llavors es va apropar a la seva guardiola i va dir:
- Ara hi tinc pocs diners, però amb els estalvis que puc fer durant aquest any també us prepararé una sorpresa per a vosaltres.  

Amb una gran abraçada, junt amb unes llagrimetes d’emoció es van donar les gràcies mútuament.
- Gràcies, fill ! 

- Gràcies, pares!

Rosa Juncadella, 19 de gener de 2009