jueves, 25 de marzo de 2010

domingo, 21 de marzo de 2010

EL DÍA DE LA POESÍA. 21 DE MARZO

Bajo el perfume de un árbol florido,
en silencio un canto de mirlo.
Se escucha el viento que del norte
resquebraja en la trastienda del
tupido y viejo olmo.

Una golondrina vuela bajo,
con su conocedor vuelo entre nenúfares,
con su vuelo rasante,
enmudece y salpica ese rincón inédito,
digno de un poema verdadero.

Y callado escribo y escribo.
El sabio ratón recorre su parcela
buscando con inteligencia.
Brota la vida, brota la luz,
rayos de vida, rayos eres tú.

Luz de silencio entre montañas y valles,
cantos de mirlo para que calles,
prado verdoso con su color,
escribe lo que ves
con su propia voz.
Agua clara sonriente
entre piedra y luna,
musgo gratificante que yo diría una a una.
Calla cigarra y grillo roquero,
calla o sigue cantando
que a ti no te pago dinero.

El almendro ya ha pagado,
el cerezo ahí está,
es el último en florecer
y el primero en pagar.

Prado verdoso y tupido,
donde a la sombra  me pongo a pensar,
descansando y reposando
y a la vez, contemplar
estos sublimes rincones
de tan preciado lugar.

E intento plasmar en mi poema
la vida que después de invernar
vuelve a la vida poco a poco
con majestuoso saber estar.

Higinio San Millán 21-3-09

jueves, 11 de marzo de 2010

MOMENTOS EN EL TREN


El tren empieza su marcha. De pie, junto la puerta del vagón, apoyando su delgado cuerpo, ella tecleaba, alterada, su móvil. Dedos largos, nerviosos. En su cara se podía adivinar cierta angustia. Sus ojos pequeños, inquietos, observaban a la gente. Sus labios finos y algo entreabiertos intentaban disimular la impaciencia que le provocaba la espera del mensaje no devuelto.
El tren se había parado en la siguiente estación, la gente entraba buscando sitio pero, debido a la hora, el vagón se encontraba al completo.
Ella apretaba la carpeta de la universidad contra su pecho. Una rosa amarilla de tallo largo se apoyaba junto a un botón de la chaqueta.
Algo ausente, escuchaba a tres jóvenes morenos, modernos. Sentados en el suelo, hablando de música, entonaban una canción de un grupo de moda, elevando el tono para disgusto de algunos presentes que preferían el silencio, para leer el diario o algún libro, en los momentos que duraba su viaje en el tren.
Poco a poco, los vagones se iban vaciando. Ella miraba la puerta. Su silueta se veía reflejada en el cristal por la oscuridad de la noche. El tren se paró antes de llegar a la siguiente estación. Ella, de nuevo, teclea con rapidez mandando un mensaje. El tren va llegando a la estación, se detiene. Los tres jóvenes morenos, modernos, se bajan. Ella sonríe, el mensaje ha sido devuelto.

Tessa  Mas, 1/3/2010

sábado, 6 de marzo de 2010

EL MAR ESTABA EN CALMA


El mar estaba en calma. Las olas perezosas iban y venían lamiendo la arena de aquella playa solitaria. Me eché boca arriba en su arena reluciente, totalmente relajado. Me dejaba acariciar por la suave brisa  que reinaba en aquel lugar mágico y solitario, apartado de cualquier mirada indiscreta. De vez en cuando, el graznido de una gaviota osaba enturbiar el sobrecogedor silencio que reinaba en el entorno, haciéndome levantar la vista al cielo. Los rayos del sol descendían, perpendicularmente, como si de espadas relucientes de acero se trataran, penetrando en aquellas aguas transparentes como un mar de plata. Los recuerdos fluían en mi mente, yo los creía lejanos pero allí estaban, frescos como el primer día. Una barca se balanceaba en la cresta espumosa de aquellas olas que iban y venían, rompiendo mi placentero sosiego. Como si no tuvieran nada más que hacer que atormentarme los oídos, con el ronquido de su motor que sonaba como una triste melodía. La barca se veía vieja, descuidada, cansada de surcar aquellas tranquilas aguas. Una pareja de enamorados me saludaba jubilosamente con las manos diciéndome adiós, parecían felices. Poco a poco, el sonido de aquel motor envejecido por los años se fue alejando. A medida que esto sucedía, todo volvía a la normalidad. De nuevo me asaltaron aquellos recuerdos. Entorné los ojos, pensaba en ella.
Teníamos quince y catorce. Era un ser divino, su cabello como la seda, de un dorado deslumbrante. Mis dedos se enredaban en aquella cabellera de ensueño, su cara sonrosada se asemejaba a una diosa, sus ojos negros, resplandecientes como estrellas en una noche nítida de verano. Nos dejábamos llevar por nuestros impulsos, pensando que aquel amor que afloraba de lo más profundo de nuestro ser, nunca se marchitaría. Éramos felices, nos conformábamos con estar el uno cerca del otro, dejar que el mundo corriera sin importarnos en que dirección. Solo estábamos ella y yo siguiendo un mismo rumbo, el que nos dictaba el corazón.
Escuché una sirena. Semiinconsciente, abrí los ojos. No muy lejos, un barco surcaba el mar dejando una estela. A su costado creí distinguir algún delfín que jugueteaba con las olas de espuma que formaba aquel barco al navegar, devolviéndome a la realidad. Estaba solo, las olas seguían con su ir y venir, tan tranquilas como antes. El sol se ponía detrás de aquellas montañas que se erguían desafiantes, como buenos vigilantes, todos los días de todos los años.
Había llegado la hora, tenía que marchar. Después de desperezarme, me puse a caminar lentamente. No dejaba de pensar en lo bonitos que pueden ser los  sueños si te dejas arrastrar por ellos. Caminaba hacia mi casa, meditando lo que había vivido aquella tarde. Había gente por todas partes, parejas de enamorados transmitiendo felicidad a los transeúntes que, como, yo los observaba. Daban rienda suelta a ilusiones que solo ellos compartían. Yo seguía mi camino como un sonámbulo, cabizbajo, pensativo. Aquella tarde me había traído recuerdos que yo creía olvidados, en lo más profundo de mí corazón.
Casi sin darme cuenta, me encontré a las puertas de mí casa. Volviendo a la realidad, con mano firme abrí y grité, “¡Lucia, donde estás!”. De dentro, salió una voz fácilmente reconocible para mí, “Estoy en el dormitorio de los niños. ¿Cómo es que vienes tan tarde?”, me recriminó. “Ya te contaré. ¿Dónde están los niños?”. “Jugando en el jardín. No paran de hacer travesuras. Ve a jugar con ellos, a ver si los distraes mientras preparo la cena”.
Salí al jardín, y allí estaban, muy animados con sus correrías y juegos.
- ¡Papá, papá! -gritaron al verme- ¿Por qué no juegas?
Me lanzaron la pelota.
- ¡Chútala fuerte, papá!
- ¡Hola hijos! ¿Cómo habéis pasado la tarde? Me dice mamá que no habéis parado de hacer, que sois incansables.
- No papá, ya sabes como es mama, quiere que nos estemos quietos, que hagamos muchos deberes... Pero nos hemos portado bien.
De pronto, se escuchó una voz desde la cocina.
- ¡Papa, niños, la cena os espera! ¡Lavaros todos las manos!
En la cena comentaron las anécdotas del día, sobresaliendo las de los niños. Todos estaban contentos por lo que había acontecido aquel día. Como estaban muy cansados, los niños decidieron irse a descansar pronto, ya que les esperaba otro día muy largo.
Les dieron las buenas noches, haciéndoles prometer que al día siguiente tendrían que jugar con ellos. Cuando quedaron solos, se acomodaron en el sofá dándose un beso apasionado. Quedaron unos momentos en silencio. De repente, rompiendo aquel momento de sosiego, ella pregunto.
- ¿Qué era lo que me tenías que contar?
- Bueno,  nada que tenga importancia, me he dedicado a pasear y recordar cosas vividas y tú estás muy presente en estos recuerdos. Hoy he terminado la faena un poco antes y me he dicho, ¿por qué no me doy un paseo por lugares que me traen buenos recuerdos?  Paseando tranquilamente y sin darme demasiada cuenta, ¿sabes a  dónde he ido a parar? ¡Ni te lo imaginas! ¿Te acuerdas de aquella playa que de novios solíamos visitar? Inmerso en mis  pensamientos, hasta allí he ido a parar. ¡Qué tiempos aquellos!
- Sí querido, cuán felices somos y qué regalo nos ha dado la vida. Dos niños preciosos, fruto de nuestro amor y alegría de nuestras vidas.
- Sí cariño, qué rápido se nos ha pasado el tiempo. Parece que fue ayer cuando nos conocimos. Por cierto, este sábado que viene, por la mañana temprano, cogeremos a los niños, nos marcharemos los cuatro a aquella playa solitaria. Los niños lo pasaran a lo grande y nosotros podremos revivir las historias de aquellos años felices cuando frecuentábamos aquellos parajes  
- Sí, lo dejamos todo preparado y seguro que pasaremos un día agradable.
Se cogieron de la mano, entrelazaron sus cuerpos y como dos adolescentes...
AGUSTÍN RUEDA  3/ 8/ 2009

miércoles, 3 de marzo de 2010

RECORDS DE L'ESCOLA

 
A l'escola vaig anar jo,
la meva mare m’hi va portar,
entre plors i rebequeries,
a l'infern vaig entrar.
 

Escola Nacional,
Escola infernal,
mestre sever que feixista era,
cada dia hissar banderes
i ferms per Déu, la pàtria i el rei.

 
Reis gots i visigots,
Pelai, Isabel i Fernando,
El Alcazar de Toledo,
formació de l'esperit nacional,
memoritzar-los tots havíem de fer.
I el més important, no ho deixem,
“El Caudillo“.

 
Gimnàstica vam tenir,
un parell d'hores per setmana,
un parell de flexions
i cantar Muntanyes Nevades.
Que forts ens fèiem
d'esperit i ment,
però que escanyolits seguíem sent.

 
Religió per Déu falta ens feia,
Moisès i Abraham,
Josep i les Dotze tribus,
Martiri i passió, 

pecat venial i mortal,
quina por ens feia a tots.
 

Sumes i restes, trencats,
arrel quadrada, geografia,
rius d'Espanya, caps i golfs.
I el que no ho sabia, 

bufetada rebia.
 
Quina sort vam tenir,
ja que gran mestre teníem.
Mans vermelles, ulls morats,
pèls arrencats, puntada al darrere,
puny i anell la signatura era.

 
Quins records més bonics,
Quins plors més joiosos.

 
Anton Millàs,  28 de gener de 2010