martes, 15 de junio de 2010

REGALOS




Los regalos navideños siempre me han producido dolor de cabeza, vivimos en un mundo que es difícil saber que regalar, aunque hoy en día la oferta es amplia y la televisión unas semanas antes ya te esta recordando la llegada de las fiestas de la Navidad. El problema es el tiempo. Al acabar la jornada laboral dispones solo de un corto espacio de tiempo para pasar por los escaparates a echar una ojeada, “Pero mejor vengo otro día con más tiempo”, piensas. Después de mirar y recapacitar sobre qué puedes regalar, notas como los pies no caben en los zapatos de lo hinchados que están de tanto dar vueltas por los grandes almacenes. Las personas circulan junto a ti buscando o pasando la tarde, cosa que nunca he llegado a comprender, pero bueno, allá cada uno. Después de estar hasta las narices de dar vueltas, sales a la calle murmurando. –El año que viene, esto no me vuelve a pasar.Recuerdo las Navidades pasadas, en el centro comercial. Eran casi las nueve y media. Después de dar las oportunas vueltas de rigor, decidí entran en una de las perfumerías, total, tres cajas de colonia. Pensé, “Serán perfectas”. Con ellas entre mis manos, corrí hacia la primera caja que vi sin gente, pero tuve la mala suerte de que la señora que hacía cola en la otra caja también se había percatado de ello y sin mediar palabra empezó a sacar pequeñas pastillas de jabón, exigiendo una bolsita para cada una de ellas con su correspondiente lacito. Mientras la dependienta iba envolviendo los regalos con una sonrisa de resignación, yo me comía las uñas mirándola de reojo, sin dejar de preguntarme ¿por qué a mí?Por fin, la señora y su bolsa desaparecieron. Pague mis tres cajas de colonias, que no deje me envolviera por lo tarde que era, y salí corriendo hacia la parada del autobús. Cuál fue mi sorpresa al encontrarme a la misma mujer que hablaba a gritos explicando para quien era las bolsitas de jabón.Al llegar el autobús ella se abrió paso para subir primero, dio tal impuso que las pastillas de jabón rodaron por el suelo con tal mala fortuna que la señora, que era algo obesa, se aparto para no pisarlas y cayó encima de mí. Me volví esperando una disculpa, pero ella estaba muy disgustada por sus dichosas pastillas de jabón.

Tessa Mas 19/3/2010

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