viernes, 4 de septiembre de 2009

AMORES FALLIDOS

En una tarde calurosa del mes de Agosto, me encontraba sentado en la terraza de un bar de la parte de alta de Barcelona, apurando el último sorbo de leche fría con canela, cuando vi asombrado que por mi derecha venía hacia mi una chica de aspecto nórdico, de talle esbelto, que muy decidida, al llegar ante mí se sentó a mi lado. Tomado por sorpresa, aquel último trago casi se me atragantó. Sonrió ella al ver mi apuro y sacando de su bolso un paquete de cigarrillos John Player, lo soltó encima de la mesa, invitándome con un gracioso mohín a fumar. Ya algo más relajado yo, le pregunté por su país de origen y ella me contó que era de Suecia, que trabajaba en Suiza, en la Nestle, que se encontraba de vacaciones en España y que había estado ya en el País Vasco. Me contó durante largo rato las cosas de su país, y de su familia… De las cosas de aquí. De lo que le gustaban los españoles, de lo que adoraba una buena paella bien cargada de mejillones (ella decía mejijones) Finalmente, el caso fue que, como se hacia ya tarde y el camarero nos invitaba amablemente a despejar la terraza, se me ocurrió la idea de invitarla a cenar a casa. Ella aceptó, diciéndome que encantada. Un complejo tremendo tuve cuando al levantarnos de las sillas, comprobé que la chica me sacaba algo más de 15 cms. en estatura. A mi lado, la chica me parecía como gigantesca; pero estaba muy bien de tipo y era muy bonita de cara. Llegamos a casa y nos acomodamos en mi terracita, sentándonos en aquel balancín que yo tenía allí para sentarme al fresco en las cálidas noches de verano. En un momento dado se me fueron las manos hacia ella y la abracé. Ella, sorprendida en principio, no dudó después en rodearme con sus larguísimos brazos, dándome unos besos largos y húmedos. Tuvimos una noche de amor interminable de besos, caricias. Y sexo. No dormimos hasta que rayó el día, quedando los dos profundamente dormidos. Al rato de despertar, mientras charlábamos ante unas tazas de café con leche, le propuse que se quedara conmigo y terminase sus vacaciones en mi casa. Ella aceptó y quedó así la cosa ya decidida. En un momento pasamos por el hotel donde se hospedaba, recogimos su equipaje y nos volvimos a casa.
Los 15 días siguientes fueron maravillosos; finalmente superé el complejo que sentía a su lado por la estatura que me sacaba. Cada día nos íbamos a la playa y nos tumbábamos al sol mirando el cielo azul de Calella. Nadábamos, hablábamos, fumábamos, nos besábamos…y una vez de nuevo en casa, al anochecer cenábamos en la terracita con vistas al Tibidabo. Hacíamos el amor…y ella terminaba abrazándome como a un niño, mientras me cantaba canciones suizas: Niuchitel…..Niuchitel…Y así un día tras de otro. Y así llegó también el final de sus vacaciones. Aquel idilio tan extraño, tan singular y tan inesperado, tocaba a su fin. Así que la llevé al Aeropuerto, y nos despedimos con un beso larguísimo mezclado con sus lágrimas. Nunca te olvidaré, me decía. Yo no pude por menos que jurarle amor eterno. Y en un avión de Lufthansa se perdió entre las nubes rumbo a Suiza.
Pasaron los días y los meses y no tuve ni una sola carta suya, ni una llamada de teléfono, nada… Yo empezaba ya a olvidarme de aquella chica tan dulce, que tan buen recuerdo me había dejado. Pero cierto día de Semana Santa, recibí una llamada de teléfono. Era ella. Me decía que estaba en Barcelona y que deseaba hablar conmigo, puesto que tenía algo muy importante que decirme. Yo por aquel entonces ya convivía con otra mujer y le confesé a ésta lo que me había sucedido el verano pasado. Ella me miró muy seria y me dijo secamente: Está bien. Ve y despídete de ella. Y no vuelvas a nombrármela, porque me da mucha rabia.
De este modo volví a encontrarme con la sueca. Estaba tan encantadora como cuando la conocí. Nos fuimos de nuevo a la playa de Calella, para hablar allí, como lo hicimos en el verano. Nos tumbamos en la arena y hablamos durante largo rato. No hubo besos ni caricias; y al final me sorprendió con una pregunta inesperada: ¿Por qué no nos casamos? ¿Me amas? Yo estaba sin capacidad para reaccionar y me derrumbé quedando algo así como desarbolado. Mírame a los ojos, Miguel, y dime que ya no me quieres, me decía ella. Ella después de marcharse nunca me había escrito ni tan siquiera me había llamado una sola vez por teléfono. Yo, con todo el dolor de mi alma le confesé que ya estaba enamorado de otra mujer, con la que convivía desde hacía unos meses, que procurara olvidarme, que rompiera mi fotografía. Lloraba ella envuelta en un mar de lágrimas y yo acabé llorando también. Me abrazó largo rato mientras me hablaba al mismo tiempo con palabras ininteligibles, pues dominaba ella cinco idiomas. Me decía en español: para siempre…para siempre.
La acompañé de nuevo a su Hotel y al día siguiente la llevé al Aeropuerto. Le regalé una botella del mejor coñac que encontré y ella me dio una cajita de bombones suizos. Nos volvimos a besar por última vez; tomó el avión y regresó a Suiza. A los pocos días recibí una carta de ella con la tinta corrida por sus lágrimas, en la que me decía entre otras cosas que me amaría siempre y que jamás romperá mi fotografía.
Nunca más volví a saber de Inge, que así se llamaba aquel encanto de muchachita.
Miguel Ramos

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