jueves, 3 de septiembre de 2009

LA CASTAÑADA

La tarde del 31 de octubre sentí mi vida crecida. Por mis venas subía el calor de los niños que me recibían. Sus ojos brillaban de tanta alegría; me sentí obsequiada al poder saborear el gozo con el que me miraban.
Encantadoras maestras derrochando paciencia. Todo muy bien organizado, unas danzas otoñales muy bonitas y bien hechas, hablaban de la castaña.
Un hermoso regalo para la castañera que no olvidaré jamás, fue tanto lo que disfruté que debería haber pagado por ello.
Los niños estaban contentos, preguntaban sin parar. Yo les conté una historia de una castaña que de risa se petaron. Ellos, atentos y felices, me hicieron sentir tan bien, con ese cariño tan limpio. Me pareció que en el aire yo flotaba. Solo los niños pueden, por tener el alma tan clara, para ver a una viejecita tan guapa. Ellos no tienen gafas negras en el corazón, su inocencia y dulzura la sacan a la luz. Lo que sentí esa tarde fue tan hermoso que me cuesta explicar.
Me gusta hacer favores, en este caso me lo hicieron a mí. Una vivencia exquisita, difícil de olvidar. Ahora estoy convencida de que con pequeñas cosas se puede el cielo tocar.
Salomé Díaz

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