viernes, 4 de septiembre de 2009

LA SANDÍA

Un mediodía de julio la encontré en el riachuelo de las Rovires, sola y abandonada.
Mi boca estaba seca como la suela de una alpargata y mi piel deshidratada, por la caminata.
Su cuerpo fresco y sus curvas redondas, me dejaron ensimismado y empecé a babear como un perro de raza.
Saqué la navajuela, cuya utilidad era cortar los espárragos que ni por casualidad encontraba. Excitado miré a todos lados y, sin preámbulo, le asesté el primer tajo, su boca se abrió fresca y roja, tan tentadora.
Fue un momento sublime, incitándome al desenfreno de con ella saciar mi necesidad y mi aglutinada ansiedad.
Corté por aquí y por allá. Su rojo y jugoso corazón lo dejé para el final.
No he pagado por ti y, como me pillen se va a liar.
No importa, porque lo que yo he gozado hoy en la vida no lo voy a olvidar, estoy tan satisfecho e inflado que no puedo ni andar.
He guardado cuidadosamente tus pepitas con todo el respeto y humildad.
Con buen abono en mi jardín las voy a sembrar, las voy a regar y cuidar.
Cuando tenga fruto la llevaré a bañar, al arroyo de la Rovira esperando con ilusión que algún sudoroso andante, la pueda encontrar y disfrutar.
Y visualice el propósito como un acto sagaz de caridad.
Gracias al payés que la sandía a refrescar dejó, quizás sin querer organizó la cadena de disfrute y redención.
Gracias primera gozosa sandía. Mis hijos amigos y nietos oirán hablar de ti y de este memorable día.
Lara Pi

No hay comentarios:

Publicar un comentario