viernes, 4 de septiembre de 2009

MADRID-11, MADRID-11

Madrid-11, Madrid-11.
Jamás se vio otra congoja,
más amarga que un azote,
esa mañana de marzo
cuando tus calles se llenaron de muerte.
Rostros ensangrentados,
sirenas anunciando muerte,
olor a carne quemada,
mutilados por doquier,
gritos de pavor, odio, horror…
Nadie se libró de tal suerte.
Mientras tanto los verdugos,
hombres de hierro forjados,
de corazón de acero,
¡cómo lo celebrarían!
Pues habían acertado.
Les oprimiría, les quemaría
la garganta,
habían sembrado la muerte.
Fue un azote a la nación,
a un continente, al mundo en general,
pero sobre todo a personas humildes
que no pudieron explicar
que ellas eran inocentes
y por eso la tenían que pagar.
Me duele escribir estas líneas
y, con lágrimas en los ojos,
veo tendidas en el suelo
cientos de personas
entre espinas y abrojos
con el horror en su rostro.
Madrid tenía que ser.
Allí en los barrios humildes,
obreros, marginados,
Pozo del Tío Raimundo, Santa Eugenia,
se buscan manos tendidas,
los ojos se desmoronan,
una voz fuerte y potente grita:
¡Dios mío! ¡Dios mío!
¡Porque me dejas solo y me abandonas!
¡Desgarrador!
Qué mañana tan dantesca.
Voluntarios, ciudadanos de a pie,
hospitales de campaña.
Todo era poco,
la gente, su propio instinto,
todos nos volcamos con mucha fe.
Aquí está a mi diestra, hermano,
calma tu sed en mi boca,
mezcla tu sangre en la mía,
y tu aliento en mi voz ronca.
El fuego oprime mi pecho,
yo descargo en mi pluma,
intento disparar balas de ira,
pero es inútil, es fogueo
con o sin munición, no funciona,
con una sola repulsa
nos tenemos que conformar.
Me pongo a pensar
y detrás de todo esto,
qué mentes, qué personas, qué fieras
que absorción de cerebro.
¿Qué quieren?
Sembrar el terror.
Todos contra el terrorismo
tenemos que ir a una con fuerza,
con contundencia,
porque todos tenemos número,
a todos nos puede tocar,
sea a los del Pozo del Tío Raimundo,
Santa Eugenia, Atocha,
en cualquier parte de la nación
o en cualquier pueblo pequeño, rural,
nadie se libra, a todos nos puede tocar.

Higinio San Millán

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