viernes, 4 de septiembre de 2009

HACE AÑOS

Hace años, quise hacerme de un buen perro guardián para la casita que había comprado en pleno campo. Me dirigí a la Sociedad Protectora de Animales, de Barcelona en un lugar cerca del Tibidabo, con la idea de adoptar uno. Al llegar a las puertas del centro, vi a un perro de mediana alzada, que estaba allí, atado a un árbol, al lado de la misma puerta. Era un ejemplar mezcla de pastor alemán y belga, una preciosidad. Se le veía bien cuidado. Su dueño, posiblemente quiso deshacerse de él, váyase a saber por qué causa, y lo dejó allí, abandonado a su suerte. Me acerqué a él y lo acaricié. No dio muestra de agresividad alguna y lo desaté, con la idea de llevarlo conmigo. Pero antes llamé al timbre del Centro para notificarlo. A mi llamada acudió un tipo, con cara de pantera sonámbula al que le dije que quería adoptar al perro en cuestión que estaba abandonado allí a las puertas del Centro. Empezó a gritarme y a acusarme de no sé que cosas…
Viendo como se puso el tipo me di media vuelta y me encaminé hacia mi coche con la idea de mandarlo todo a paseo. Pero hete aquí que el perro, al ver que me iba, me siguió, ante la desesperación del sujeto, que asomado a la ventana seguía con sus gritos. Llegué al coche y al abrir la portezuela el perro se coló adentro. Arranqué y me fui de allí a toda pastilla. Por el retrovisor aún veía al sujeto jurando en arameo. Me llevé a Nicky a mi casita y se adaptó muy bien. Pero el final de esta historia es triste. Porque la finca no estaba vallada y Nicky cada noche se escapaba para hacer sus correrías nocturnas. Algunos días aparecía con un conejo en la boca, que había cazado por el monte. Pero un día me avisaron de que había un perro herido en la carretera, que quizá podría ser el mío, Nicky. Cogí el coche y me acerqué al lugar del accidente. Y, efectivamente, allí estaba, moribundo. Había sido atropellado por un coche. Llegué a tiempo de recibir el último lametón de su vida, que me lo dio en la mano.

MIGUEL RAMOS

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